Artículo de Cristina Sánchez en El Confidencial. Publicado el 24 de mayo de 2015.
Monitorizar cada detalle de nuestra vida está de moda. ¿Proporciona realmente un conocimiento sobre nuestra conducta? ¿Nos puede enseñar algo? ¿Cómo afecta a nuestra privacidad?
«A medida que tenemos más y más sofisticados wearables que pueden continuamente medir desde la actividad física a los niveles de estrés o el estado emocional, podemos empezar a relacionar y comprender cómo cada aspecto de nuestra vida consciente e inconsciente impactan el uno en el otro». Así describía el multimillonario empresario Vinod Khosla, uno de los fundadores de la compañía Sun Microsystems, actualmente interesado en cómo las apps de salud puede mejorar nuestras vidas, el fenómeno del quantified self (en español, algo así como el “yo monitorizado”).
El término lo acuñaron en 2007 Gary Wolf y Kevin Kelly, editores de la revistaWired, cuando organizaron una reunión de treinta apasionados de los sensores como medio para proporcionar datos sobre sus propios cuerpos. Ahora son una comunidad de 20.000 personas y su movimiento se populariza gracias a loswearables: según un estudio de Business Insider, en 2019 se venderán anualmente 148 millones.
El ejercicio físico, el ritmo cardíaco o la calidad del sueño son algunos de los parámetros que pueden medir smartphones, pulseras y relojes inteligentes. Dentro de poco, una marca española lanzará su propio dispositivo para analizar tu rendimiento sexual y un astuto plato incluso diseccionará los valores nutricionales de cada alimento que degustes.
Los amantes de la cuantificación extrema plasman los datos de esas conductas en gráficas que, supuestamente, les sirven para conocerse mejor. Anand Sharma por ejemplo, lleva más de 400 días mostrando en su página web las ciudades que visita, los burritos que se come o la evolución de su vitamina D, una vida de analíticas que nos invita a imitar. Pero, ¿es cierto que la cuantificación y el big data de nuestra propia existencia pueden enseñarnos algo que no sabemos sobre nosotros mismos?
La cuantificación no da la sabiduría
El escritor y programador Paul Ford opina que la cuantificación no da la sabiduría, al menos según las conclusiones del experimento que ha realizado con su propia vida. Lo ha llamado Quantified Email Self y ha relatado la experiencia en Medium. Ford convirtió su archivo de correos electrónicos de los últimos 18 años (450.000 mensajes en total) en una base de datos dinámica y programable, pensando que así podría entender mejor la evolución de sus propios pensamientos.
Durante casi dos décadas, Ford había tenido conversaciones sobre blogging, gestión de contenido, redacción, el futuro de las revistas o la naturaleza de la tecnología. La política, la identidad, el género o la sexualidad también estaban entre los temas que más se repetían en sus correos. Sin embargo, sus creencias no habían cambiado. Siempre había estado obsesionado con los mismos temas.
Aunque los correos que contenían la palabra “café” mostraban fielmente la evolución de su consumo según el trabajo que iba desempeñando a lo largo de los años, en realidad, según él mismo defiende, esta información no es conocimiento, sino tan solo un patrón de consumo.
«Esta es la era del quantified self y la transformación radical. He hecho gráficas, he contado y he explorado. Puedo decirte las 20 palabras más utilizadas de cada uno de los años, el número de veces que he escrito sobre mi pérdida de peso, la primera vez que empecé a pensar sobre ser padre», ha explicado, «pero cuantificar las cosas no las cambia». Por eso este programador ha definido su experimento como un «fracaso» nada edificante.
Ford no es el único que piensa que monitorizar nuestras insulsas vidas tampoco nos ayuda demasiado. El año pasado, el columnista del Boston Globe Hiawatha Bray se colocó un par de cámaras inteligentes (una Autographer, encargada de disparar fotografías autónomamente gracias a sus sensores, y una Clip, cuyas instantáneas se almacenan directamente en la nube) y relató su experiencia.
«Vivo una vida aburrida y tengo fotos que lo prueban», resumía Bray. Las cámaras le mostraron que pasaba mucho tiempo delante del ordenador y poco haciendo ejercicio. «Podría habérmelo imaginado mirándome al espejo; en vez de eso, tengo un registro visual permanente de mis defectos», señalaba irónicamente el columnista. Bray llevaba un año monitorizándose con la app Saga y su conclusión era que, en su día a día, se desplazaba a tres o cuatro sitios y hacía tres o cuatro cosas. «Cualquier calculadora de bolsillo podía haber cuantificado mi vida, no hay mucho que seguir».
La privacidad en la era del ‘quantified self’
Aunque para algunos la cuantificación no sea demasiado útil (un tercio de loswearables acaba en un cajón acumulando polvo), lo que más preocupa es la tormentosa relación entre las mediciones y nuestra privacidad. «Quantified self, sin la propiedad individual de las herramientas y los datos, es surveilled self«, afirma el emprendedor Aral Balkan, que cree que el universo digital está amenazado por la vigilancia corporativa de empresas como Google o Facebook.
Los wearables ya han recibido más de una crítica a cuenta de su (escasa) protección de datos. Uno de los casos más famosos es el de Fitbit, que en 2011 filtró la actividad sexual de sus usuarios en Google por un error en la configuración de la privacidad por defecto. «El hecho de automonitorizarse ya implica renunciar a un nivel de privacidad alto, eso hay que tenerlo presente», explica a Teknautas el jurista TIC Jorge Morell, autor del blog Términos y Condiciones.
Hace unos meses, Symantec publicaba un estudio sobre la seguridad en tiempos del quantified self en el que afirmaba que un 52% de los dispositivos examinados carecían de una clara política de privacidad. Además, los wearables que medían la actividad física, incluidos los de marcas líderes, eran vulnerables al rastreo de su localización. «Los wearables y el quantified self tienen un problema con la privacidad. El usuario puede estar localizado, se puede llegar a tener mucha información sobre el recorrido de alguien», detalla Morell.
Las autoridades europeas de protección de datos también han mostrado su preocupación y han elaborado un dictamen que alerta de los riesgos de loswearables por la falta de medidas de seguridad, lo que podría conllevar elacceso de un tercero no autorizado a los datos. También señalan que algunos usuarios pueden no ser conscientes del tratamiento de su información que se está llevando a cabo: no acostumbramos a leer los extensos términos y condiciones de cada app que descargamos.
Apple avisó a sus desarrolladores de que no podían vender ningún dato sanitario de su plataforma HealthKit a terceros, pero la Comisión Federal de Comercio estadounidense se reunió con representantes de la compañía de la manzana mordida tras descubrir que varios desarrolladores habían compartido información de sus usuarios con hasta 76 compañías diferentes.
«Las empresas deben avanzar en la innovación en materia de privacidad, en la adopción de medidas que garanticen un correcto uso de la información generada, en la clarificación del deber de información y el consentimiento detallado de qué información va a ser tratada, con qué finalidad y por quién», explica Daniel López Carballo, abogado experto en privacidad y tecnologías de la información del bufete Écija.
Los defensores del quantified self insisten en que la monitorización puede servir para mejorar los hábitos y la salud de las personas, aunque haya detractores que argumentan lo contrario. Cada cual debe decidir si quiere monitorizar su rutina para comprobar en qué medida los sensores pueden ayudarle. Que no olvide, eso sí, que también le estará contando sus secretos al dispositivo que lleva en la muñeca.